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domingo, 2 de junio de 2013

Leyenda Guaraní


Leyendas Tehuelches. Los inventos de Elal

LOS INVENTOS DE ELAL 
Dicen los tehuelches que la Patagonia era solo hielo y nieve cuando el cisne la cruzó,volando por primera vez. Venía desde más allá del mar, de la isla divina donde Kóoch había creado la vida y donde había nacido Elal, a quién cargó en su blanco lomo para depositarlo sobre la cumbre del cerro Chaltén (ubicado en la zona cordillerana de Santa Cruz, conocido hoy como el cerro Fitz Roy).
Dicen también que detrás del cisne volaron el resto de los pájaros, que los peces los siguieron por el agua y que los animales terrestres cruzaron el océano a bordo de unos y de otros. Así la nueva tierra se pobló de guanacos, de liebres y de zorros; los patos y los flamencos ocuparon las lagunas y surcaron por primera vez el desnudo cielo patagónico los chingolos, los chorlos y los cóndores.Por eso Elal no estuvo solo en el Chaltén; los pájaros le trajeron alimentos y lo cobijaron entre sus plumas suaves. Durante tres días y tres noches permaneció en la cumbre, contemplando el desierto helado que su estirpe de héroe transformaría para siempre. Cuando Elal comenzó  a bajar por la ladera de la montaña le salieron al encuentro Kókeshke y Shie, el frío y la nieve. Los dos hermanos que hasta entonces dominaban la Patagonia lo atacaron furiosos,ayudados por el hielo y por Máip, el viento asesino. Pero Elal ahuyentó a todos golpeando entre sí dos piedras que se agachó a recoger, y ese fue su primer invento: el fuego.
Cuentan que Elal siempre fué sabio, que desde muy chiquito supo cazar animales con el arco y la flecha que el mismo había inventado. Que ahuyentó al mar con sus flechazos para agrandar la tierra, que creó las estaciones, amansó las fieras y ordenó la vida. Y que un día modelando estatuitas de barro, creó los hombres y las mujeres: los tehuelches. A ellos los Chónek les confió los secretos de la caza; les enseñó a diferenciar las huellas de los animales, aseguirles el rastro y  a ponerles el señuelo; a fabricar las armas y a encender el fuego. También a fabricar abrigados quillangos, a preparar el cuero para los toldos, hasta dejarlo liso e impermeable... y tantas, tantas otras cosas que tan solo el sabía.
Cuentan que hasta la luna y el sol están donde están por obra de Elal, que los hechó de la tierra porque no querían darle a su hija por esposa. Que el mar crece con la luna nueva porque la muchacha, abandonada por el héroe en el océano,quiere acercarse al cielo, desde donde su madre la llama.
También que si no fuera porque una vez, hace muchísimo tiempo, cuando hombres y animales eran la misma cosa, Elal, castigó una pareja de lobos de mar, no existirían el deseo ni la muerte.
Finalmente Elal, el sabio,  protector de los Tehuelches, dio por terminados sus trabajos.
Dicen que un día poco antes del amanecer, reunió a los chónek para despedirse de ellos y darles las últimas instrucciones. Les anunció que se iba, pidió que no le rindieran honores, pero que si transmitieran sus enseñanzas a sus hijos, y éstos a los suyos, y aquellos a los propios, para que nunca murieran los secretos de los Tehuelches.
Y cuando el sol ya se asomaba en el horizonte Elal llamó al cisne, su viejo compañero. Se subió a su lomo y le indicó con un gesto el este ardiente.Entonces el cisne se alejó del acantilado, corrió un trecho y levantó vuelo por encima del mar.
Inclinándose sobre el ave que lo llevaba, y  acariciando su cuello, Elal le pidió que le avisara cuando estuviera cansado. Cuando el cisne se quejaba, Elal disparaba una flecha hacia abajo y con cada flechazo surgía en el agua una isla donde era posible posarse a descansar.
Dicen que varias islas se distinguen todavía desde la costa patagónica y que en alguna de ella muy lejos, donde ningún hombre vivo puede llegar, vive Elal. Sentado frente a hogueras que nunca se extinguen, escucha las historias que le cuentan los tehuelches que resucitados llegan cada tanto para quedarse con él,guiados por el magnánimo Wendéunk (espíritu tutelar que lleva la cuenta de las acciones de los tehuelches y los conduce, después de muertos, al encuentro de Elal). 

Tierra del Fuego

El Archipiélago de Tierra del Fuego fué, en un tiempo, el hogar de cuatro tribus de indios. Los exploradores blancos los consideraban los más primitivos y brutales y lamentaban sus saqueos.
Sin embargo, inteligentes, y con bastante cultura, el indio no podía entender el conservadurismo del hombre blanco. El indio siempre compartía lo que tenía. Ahora estas tribus, antes tan numerosas, se encuentran prácticamente extintas, sobre todo por las enfermedades traídas por el europeo, como la sífilis. Además de la pretendida aculturación.
En esta tierra habitaban:
Los Haush o Manekent: perteneces a la tribu más antigua de Tierra del Fuego, eran nomades, parientes de los tehuelches y los onas.
Onas o Shelman: recorrían la mayor parte de la isla, en busca del guanaco, usaban arco y flecha. Muy corpulentos medían más de 1,80 m., excelentes rastreadores. Usaban tatuajes en los brazos y pintaban sus caras para mostrar sus sentimientos. Se organizaban en bandas.
Los Yaganes o Yamanas: (Yagan significa: individuo. Son conocidos como los más bajos de estatura en Patagonia, medían entre 1, 44 a 1 , 64m.)
 y Alacaluf o Halakwulup : (Orquera y Piana se refiere a ellos como indígenas canoeros en el siglo XIX, sencillez en su equipamiento tecnológico y su estructura social, nomadismo canoero y mariscador, andaban casi totalmente desnudos pese al clima tan riguroso)

Modelo Social: Flannery/ Modelo Tecnológico, Krieger/ Modelo técnicas de subsistencia: Willey y Phillips

Modelo Social: Flannery
Bandas: Familias parentesco. Cazadores-recolectores. Sociedades igualitarias, ceremonias no pautadas.
Tribu: Sociedades igualitarias mayores, filiación. Ceremonias pautadas veneración de antepasados, tenencia   de tierras o propiedades. Agricultura.
Jefaturas: Desigualdad hereditaria linajes, jefes de origen divino,elementos suntuarios que brindan estatus, rituales específicos con expertos religiosos. Mayor grado de especialización.
Estados: Forma de organización sociopolitica avanzada, gobierno centralizado, monopolio de la fuerza y presencia de la ley, el estado recluta soldados para la guerra, cobra impuestos y exige tributos. Existencia de mercado, intercambio como estructura económica controlada por una elite. Edificios,obras y servicios públicos. Religión jerarquizada sacerdotes,dioses jerarquizados
Modelo Tecnológico, Krieger
Pre-puntas: nivel tecnológico bajo, solo percusión. Mamíferos del pleistoceno. Nomades.
Paleoindio: mejora el nivel técnico, artefactos chatos y delgados, perdura la percusión como técnica. Puntas de proyectil, piedra tallada y huesos tallados. Alta movilidad, no hay sepulturas; se encuentra fauna del pleistoceno.
Protoarcaico: Aparición de implemento de molienda. Entierros en sepulturas intencionales. Remanentes de mamíferos del pleistoceno. Técnicas de biselado y retoque.
Modelo técnicas de subsistencia: Willey y Phillips. Uso del espacio.
Lítico: técnica dominante la percusión, tecnología de la piedra industrias no especializadas (núcleos y lascas)
Industrias especializadas (técnica de hoja, puntas especializadas o acanaladas) Organización parental, vida migratoria, cazadores de mega fauna del pleistoceno. Periodo: Glaciar tardío y pos- glaciar.
Arcaico: Extinción de la mega fauna, animales más pequeños y variados. Recolectores. Pesca. Domesticación de plantas. Ocupación territorial. Ornamentación, inhumaciones. 
Formativo: Agricultura, luego vida aldeana. Alfarería, tejido, tallado en piedra y arquitectura ceremonial. 
Clásico: Urbanismo, arquitectura, diferencias de clases, jerarquías. Amplio comercio, ajuar funerario, Equipo ceremonial.  
Pos-Clásico: Incremento de la vida urbana, militarismo, secularismo. Núcleos políticos religiosos (templos, palacios, pirámides). Complejas y diversas divisiones de trabajo. 

Los Pétalos de la Rodocrosita, Leyenda Diaguita

Tras largos días y noches de andar, el chasqui alcanzó el último tramo del camino que conducía a la morada del Rey Inca. Llevaba una singular ofrenda destinada al gobernante: tres gotas de sangre petrificadas, el precioso hallazgo fue recibido con mucha emotividad.

En el Lago Titicaca, en tiempos pasados, se había construido el templo de las acllas: las vírgenes sacerdotisas del Inti. En ese sitio se encontraban anualmente el sol y la luna para fecundar los sembrados y asistir a la sagrada elección de quien heredaría la responsabilidad de perpetuar la sangre inca. Un día el invencible guerrero Tupac Canqui se atrevió a ingresar al sagrado templo, desafiando la tradición incaica. Desde el momento en que descubrió a la bella ñusta aclla, nació su amor por ella. La sacerdotisa lo correspondió, consciente de ignorar las restricciones del Tawantinsuyo para las elegidas. Juntos, escaparon hacia el sur, buscando proteger el vientre de la aclla lleno de vida. El poder imperial bramó y destinó infortunados grupos armados a castigar a los culpables de la transgresión.

Tupac Canquí y la ñusta aclla se instalaron cerca del salar de Pipando, donde tuvieron muchos hijos descendientes de los aymarás, que fundaron el pueblo diaguita. Sin embargo, jamás lograron deshacerse del hechizo de los shamanes incas. Ella falleció y su cuerpo fue sepultado en la alta cumbre de la montaña, él murió poco tiempo después, ahogado en su triste soledad.

Una tarde, el chasqui andalgalá descubrió la tumba de la ñusta aclla impresionado por ver cómo florecía, en pétalos de sangre, la piedra que la cubría. Rápidamente salió del estupor y arrancó una de las rosas para ofrendar al rey inca. El jefe del imperio, aceptando con emoción la flor de la rodocrosita, perdonó a aquellos antiguos amantes furtivos. En adelante, las princesas de Tiahuanaco lucieron con orgullo trozos de la piedra rosa del inca, símbolo de paz, perdón y amor profundo.


El benteveo o pitogüé (leyenda guaraní)

Cuando Akitá y Mondorí se casaron, ocuparon una cabaña construida con varios horcones clavados en la tierra y cubiertos con ramas y con hojas de palmera. La nueva oga mí estaba en plena selva misionera.  Cerca, el gran Paraná pasaba impetuoso formando pequeños saltos en las piedras que encontraba al paso. Al morir la madre de Akitá, su padre, que quedara solo, les pidió albergue en su cabaña y, como buenos hijos, recibieron con cariño al pobre tuyá a quien la edad y las enfermedades habían restado energías y capacidad para trabajar. A pesar de ello él trataba de no ser una carga para sus hijos, a los que ayudaba en lo que le era posible. Para entonces ya había nacido Sagua-á, que al presente contaba ocho años.

Una de las tareas del abuelo, y que por cierto cumplía con sumo agrado, era atender al pequeño mientras sus padres, por su trabajo, se veían obligados a alejarse de la cabaña. Grandes compañeros eran el abuelo y el nieto. Jugando, aquél le enseñaba a manejar el arco y la flecha y nada había que distrajera más al niño que ir con él a pescar a la costa del río. Cuando sus padres volvían, era su mayor orgullo mostrarles el surubí, el pirayú, el pacú o el patí que habían conseguido y que muchas veces ya se estaba asando en un asador de madera dura. Otras veces, era una vasija repleta de miel de lechiguana que lograran en el bosque no sin grandes esfuerzos.

Para el pobre tuyá no había más deseos que los de su nieto y, aunque a costa de grandes sacrificios, muchas veces, su mayor felicidad era complacerlo. Valido de tanta condescendencia, el niño era un pequeño tirano que no admitía peros ni réplicas a sus exigencias. Sólo en presencia de sus padres que, compadecidos de la incapacidad del abuelo, restringían sus pretensiones, Sagua-á se reprimía.

A medida que el tiempo transcurría, las fuerzas fueron abandonando al pobre viejo que ya no podía llegar hasta la orilla acompañando a pescar a su nieto, ni hasta el bosque a recoger dulces frutos o miel silvestre.  
Pasaba la mayor parte de su tiempo sentado junto a la cabaña, haciendo algún trabajo que su poca vista le permitía: tejiendo cestos de fibras vegetales o puliendo madera dura que transformaba en flechas o en anzuelos para su nieto. Sagua-á correteaba sin cesar, alejándose de la oga mí con cualquier pretexto y dejando solo y librado a sus pocas fuerzas al abuelo, que nada decía por no contrariar al niño ni privarlo de sus diversiones. Cuando los padres regresaban, encontraban siempre a su hijo junto al abuelo, de modo que, confiados en que el niño no se movía de su lado, dejaban tranquilos la cabaña para cumplir su trabajo en el algodonal.El anciano, por su parte, jamás había dicho una palabra que pudiera delatar al cuminí, ni intranquilizar a sus hijos. Pero sucedió que un día, Sagua-á se detuvo más que de costumbre en sus correrías por el bosque con otros niños de su edad y al llegar Akitá y su tembirecó Mondorí a la cabaña, hallaron al abuelo que no había probado alimento por no haber tenido quien se lo alcanzara. Sus piernas ya no le respondían y era incapaz de moverse sin la ayuda de otra persona.
Indignado Akitá quiso conocer el comportamiento de su hijo en días anteriores, haciendo preguntas al abuelo; pero éste, pensando siempre en el nieto con benevolencia y cariño, contestó con evasivas, evitando acusarlo y encontrando en cambio disculpas que justificaron su alejamiento. Cuando Sagua-á llegó corriendo y sofocado, tratando de adelantarse al arribo de sus padres, Akitá lo reprendió duramente, enrostrándole su mal proceder, su falta de piedad y de agradecimiento hacia el pobre abuelo que tanto le quería y que no había hecho otra cosa que complacerlo siempre. Sagua-á nada respondió. Bajó la cabeza y su rostro adquirió una expresión de ira contenida. En su interior no daba la razón a su padre sino que, por el contrario, juzgaba injusto su proceder. ¿Por qué él, sano y fuerte, que podía correr por el bosque, trepar a los árboles, recoger frutos y miel silvestre, o llegar a la costa, echar el anzuelo y pescar apetitosos peces, debía quedarse allí, quieto, junto a una persona inmóvil? ¿Acaso al abuelo, cuando podía caminar, no le gustaba acompañarlo en sus excursiones? ¿Qué culpa tenía él, ahora, de que no pudiera hacerlo? Y en último caso, si no podía caminar, que se quedara el abuelo en la cabaña, que él, por su parte, nada podía remediar quedándose también.
El tirano egoísta había aparecido en estas reflexiones, que si bien no exteriorizó con palabras, lo decían bien a las claras su ceño fruncido y su expresión airada que en ningún momento trató de disimular. Desde entonces, varios días se quedó la madre en la cabaña. El padre iba solo a trabajar. El abuelo se había agravado y ya no podía abandonar el lecho de ramas y de hojas de palma. Era necesario atenderlo y alcanzarle los alimentos, pues él era incapaz de moverse por su voluntad. Ese día muy temprano, cuando las estrellas aun brillaban en el cielo, Akitá salió a trabajar. Su tembirecó iría algo más tarde pues era imprescindible su ayuda ese día. Sagua-á quedaría cuidando al abuelo.
Cuando despuntaba la aurora, Mondorí consideró que era hora de salir. Antes de hacerlo, despertó a su hijo que dormía profundamente. El niño se despertó de mala gana, refregándose los ojos con el dorso de sus manos. Malhumorado al tener que dejar el lecho tan temprano, respondió irritado al llamado de la madre: 
-¡Qué quieres! ¿No puedes dejarme dormir? 
-No seas egoísta, Sagua-á. Tu abuelo no puede quedar solo y además es necesario atenderlo. Su enfermedad le impide moverse por su voluntad y es justo que se lo cuide. Tu padre y yo debemos trabajar y tú tienes la obligación de dedicarte al pobre abuelo enfermo. 
-¿Por qué tengo que atenderlo? -insistió iracundo-. ¡Yo había decidido ir al río a pescar y por culpa de él debo quedarme acá como si estuviera prisionero! ¡Ya he preparado la igá y yo iré a pescar! ¡El abuelo no necesita nada! 
-¡No seas malo, Sagua-á! Recuerda que tu abuelo fue siempre muy bueno contigo y que sólo bondades y mimos has recibido de él. Ahora te necesita, ¡es justo que le dediques tu atención! ¡Te prohíbo que te muevas de casa! ¡Ya irás a pescar cuando hayamos vuelto tu padre y yo! 
-¿Exiges que me quede? Muy bien... ¡me quedaré! ¡Pero te aseguro que no me obligarán a hacerlo otra vez! -concluyó amenazante el desesperado Sagua-á. 


Triste se fue Mondorí al reconocer los sentimientos mezquinos que dominaban a su hijo. 
Mientras iba caminando, pensó en Sagua-á cuando era pequeñito y recordó la bondad que albergaba entonces su corazón... Con su manecita tierna acariciaba a los animalitos que se acercaban a la cabaña en busca de alimento y a los que era capaz de dar lo que él estaba comiendo... Y no olvidaba el día cuando, entre dos de sus deditos traía una florecilla silvestre cortada por él mismo que le entregó mirándola con expresión tan alegre y orgullosa como si le hubiera dado un tesoro... ¡Cómo había cambiado su hijo! ¡Qué malos sentimientos se habían apoderado de su alma! ¿Cuál sería la causa de este cambio? Temió la madre por él. Tupá, el Dios que premiaba a los buenos, no dejaba sin castigo a los malos. ¿Qué tendría reservado para Sagua-á? Dominada por tan tristes pensamientos hizo el camino hasta la plantación de algodón, donde su marido ya estaba trabajando desde tan temprano, y lamentó que la inminencia de la recolección no le hubiera permitido quedarse junto al abuelo enfermo. No tenía confianza en que Sagua-á le prestara la atención necesaria. 


Mientras tanto, allá, en la cabaña de la selva misionera, su triste presentimiento se cumplía. Sagua-á obedeció a su madre: no se movió de la casa; pero se dedicó a arreglar sus útiles de pesca y a preparar los elementos que utilizaría al día siguiente cuando pudiera ir al río como él deseaba. Del pobre abuelo ni se acordó siquiera. En cierto momento oyó que lo llamaba con voz débil y entrecortada: 
-¡Sagua-á...! ¡Sa... gua...á...! 
Malhumorado el niño al verse molestado e interrumpido en su ocupación de mala gana respondió: 
-¿Qué quieres? ¡Ya voy! 
Pero ni se movió. 
El anciano, mientras tanto, se debatía en su lecho con un desasosiego que crecía por momentos. 
Sagua-á oyó que lo volvía a llamar: 
-¡Ven... Sa...gua...á...! ¡Ven... por... favor...! 
Acudió por fin el niño de mala gana. Cuando estuvo junto al inimbé donde yacía el enfermo, airado volvió a preguntar: 
-¿Qué quieres? 
-¡Alcánzame un poco de agua...! 
-¿Tu vida se apaga? ¿Se apaga como un cachimbo? -y continuó riendo divertido por la gracia que le habían hecho sus propias palabras. 
-Sí... mi vida se apaga... como un pito güé... Alcánzame un poco de agua... Hazme ese favor... 
Pero el desalmado, sólo pensaba en reír y repetía sin cesar: 
-Pito güé... Pito güé... 
El viejo, mientras tanto, llegados sus últimos momentos, con los labios resecos, vencido por una sed abrasadora, expiró. 
Al mismo tiempo el niño, que asistía impasible a la escena, continuaba repitiendo las palabras que le habían hecho tanta gracia: 
-Pito güé... Pito güé... 
Nada le hizo pensar en la transformación que se producía en esos momentos en él. 
Su cuerpo se achicaba, se achicaba más y más, cubriéndose de plumas de color pardo. Su cabeza, ya pequeñita, se alargaba y su boca se transformaba en un pico con el que hallaba cierta dificultad para seguir gritando: 
-Pito güé... Pito güé... 


Momentos después, en la cabaña, sobre su lecho de palma yacía exánime el anciano, mientras en un rincón, junto a la ventana, un pájaro de lomo pardo y pecho amarillo, que tenía una mancha blanca en la cabeza, no cesaba de repetir: 
-Pito güé... Pito güé... 


Era Sagua-á, que, castigado por su egoísmo y su mal proceder, fue transformado en ave por uno de los genios buenos que enviaba Tupá a la tierra. Ellos eran los encargados de premiar a los buenos y dar, a los malos, su merecido. Cuando Akitá y Mondoví volvieron, encontraron al anciano muerto en su inimbé. En el momento de entrar, un pájaro de plumaje pardo y amarillo voló pesadamente, saliendo de la habitación por la abertura de la puerta. 
Una vez en el exterior, parado en una rama del jacarandá que crecía junto a la cabaña, no dejaba de gritar con tono lastimero:


-Pi...to güé... Pi...to güé... Pi...to güé... 


Este, decían los guaraníes, había sido el origen de nuestro benteveo, al que ellos llamaban pito güé, imitando su grito, en el que creían ver reproducidas las palabras que causaran tanta gracia al pequeño egoísta cuando las oyó de labios del abuelo moribundo.



Vocabulario
Akitá: Terrón.
Mondorí: Cierta clase de abeja.
Tujá: Anciano, viejo.
Pirayú: Dorado (pez).
Pacú: Pez grande de agua dulce.
Patí: Pez grande sin escamas.
Surubí: Especie de bagre grande.
Sagua-á: Arisco.
Cuminí: Niño.
Tembirecó: Esposa.
Igá: Canoa.
Inimbé: Lecho.
Pito Güé: Cachimbo que fue.
Tupá: Dios bueno.
Oga mí: Casita