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sábado, 16 de marzo de 2013

Religiosidad Popular en el mundo andino

Del Diccionario de Ciencias Sociales y Políticas. Torcuato S. Di Tella. 


Describir al Perú o a cualquiera de las naciones andinas como católicas es hacer una simplificación que oscurece una de sus características más importantes, el de ser sociedades pluriculturales.  Esto quiere decir que por encima de  la asociación que cualquier religión tenga con el aparato político, la realidad nos muestra una gran complejidad cultural en la que no una sino varias tradiciones religiosas conviven en territorio peruano. 
Nos ocuparemos, en este articulo, exclusivamente de las más importantes en términos históricos dejando para otra ocasión  a las que- como las confesiones protestantes o aquellas de origen asiático- llegaron al Perú en el presente siglo.
La diversidad religiosa contemporánea tiene su origen en el siglo XVI.  La llegada de Colón significó la concurrencia en América del Catolicismo español y de importantes fragmentos ideológicos de origen africano que debieron compartir el espacio  con las religiones nativas y sus fieles.  
En el área Andina, los aborígenes estaban organizados o en camino de ser organizados bajo la hegemonía del clero incaico, con sede en el Cuzco. Como se puede apreciar, lo que estamos describiendo no es el encuentro de tres religiones, sino de tres complejos religiosos, en el interior de los cuales confluían sistemas de creencia de distinto origen, con diferente trayectoria histórica  y simbología, clero y éticas de identidad todavía visibles, a pesar de los intentos de ser globalizados por aquellas ideologías vinculadas a las élites gobernantes. 
Lo dicho tiene obvias variaciones en cada caso. La hueste conquistadora, por ejemplo, portaba el cristianismo español, pero que en América se organizaba en una prédica aun más uniforme que en la propia península. Allí se vivía aún el reflejo de la "caza de brujas" europea, cuyo desarrollo iba arrasando con las creencias populares no codificadas por la iglesia. La existencia de las mismas testimoniaba cierta autonomia de la organización comunal, cuya sola existencia era percibida como atentatoria contra las formas politicas dominantes. Si bien esta persecución en España fue menos dura que en otros países, la rivalidad de los complejos políticos sociales que disputaron su territorio (musulmanes y cristianos) desarrolló en los vencedores una serie de intransigencias que llegaron a América ya institucionalizadas.
El otro factor religioso que empieza a desarrollarse desde el siglo XVI está constituido por las creencias de origen africano. Su presencia, inicialmente reducida, se incremento con el numero de esclavos que fue comprometiendo el tráfico mercantil de la Colonia. 
Las características especificas de la esclavitud hicieron que este trasvase de creencias fuese mediatizado por las distancias y por el hecho de que la población sometida proviniese de distintas regiones y distinto origen étnico. 
Además, la situación austral del Perú influyó en que, en muchos casos, parte de los esclavos llegase más bien desde otros lugares de América (Santo Domingo y Colombia, por ejemplo), lo que significaba que quienes venían como esclavos podían pertenecer a diferentes tradiciones culturales de África (es decir, a distintas religiones) o bien, estar ya completamente hispanizados por haber nacido en América.  y por ende, socializados en la tradición española.
Cuando se descubre el Tawantisuyu, éste era un Estado cuyo territorio ocupaba la banda occidental de América del Sur, en lo que hoy son las Repúblicas de Colombia (Sudoeste), Ecuador, Perú, Bolivia  parte de Chile y parte de la Argentina. Todavía no nos es claro su nivel de integración, aunque resultaba visible el esfuerzo organizativo de los Incas en la infraestructura y en la voluntad de administración, según se desprende de los primeros informes elevados por los españoles. 
Su religión anuncio entonces el papel de unificación ideológica que le correspondía  como expresión de poder estatal. Esto no consiguió ocultar el conjunto de sistemas de creencias que pertenecían a las diferentes tribus, confederaciones tribales o Estados absorbidos por las tropas o por el poder de convicción de los gobernantes incaicos. A la llegada de los españoles son visibles, cuando menos, dos tradiciones culturales perfectamente diferenciadas  Una que proyectó una serie de oleadas desde la meseta del Collao (que parece ser su lugar de origen) y otra cuyos remanentes eran aún importantes e la costa norperuana, especialmente en lo que hoy son los departamentos de La Libertad y Lambayeque.
La tradición sureña nos permite emparentar al menos ideológicamente la cultura Tiwanacu con los Wari de Ayacucho, en los Andes peruanos, en lo que pudo ser una primera oleada hacia el año 800 a. C.. Fruto de este circuito pudo ser la presencia de la imagen central de la "Puerta del Sol" de Tiwanacu en la simbología ayacuchana. Algunos autores han reconocido en ella al dios Wiracocha, que como veremos fue uno de los tres mayores del panteón estatal  de los incas. Una segunda oleada parece haber llegado al Cuzco el culto solar, a través de la tradición de los hermanos Ayar y la guerra de los Chancas, relatos ambos que parecen conformar el ciclo legendario básico de los gobernantes cuzqueños. El tercero de los dioses mencionados es Illapa (deidad que se expresa a través del rayo- trueno- relámpago  que resulta ser el único que tuvo una fuerte representatividad en la sierra norperuana, en contraste con el carácter sureño de los anteriores. Illapa, además, muestra ser el más "nuevo" en esta calidad de dios oficial. Su vinculación con los cultos comunales y las evidencias shamanicas que rodean a sus sacerdotes, le confieren una vitalidad diferente Wiracocha y el sol, más bien personajes de ritual y pompa oficiales. 
Otros dioses importantes fueron Pachamama (diosa de la tierra); Wanakauri, el antepasado del ayllu gobernante, representado por la elevación cercana al Cuzco; la Luna, esposa del Sol; y Pachacamac, oraculo costeño que llego a tener especial importancia con los incas, quienes le elevaron santuarios en lugares bastante alejados de Lurín, su centro de origen, lo que comprueba el interés expansionista de su clero y su influencia en el Cuzco.
Frente a este Panteón estatal  incaico, se irguió lo que podríamos llamar la tradición norteña, cuyas expresiones económicas y socioculturales fueron antagonicas respecto de los incas, La entidad politica mas importante, el reino Chimú o Chimor, enfrentó a los cuzqueños en una guerra que duro varios años y que finalmente los llevo al exterminio. Al igual que las otras ciudades-estado, ChanChan, la capital del reino Chimor, era un centro urbano de importancia, construido de barro sobre la costa de la contemporánea ciudad de Trujillo. Su existencia coincidió con el ápice del desarrollo político del valle y hasta ahora quedan vestigios de excelente cerámica, orfebrería depurada y arquitectura de mucho colorido. 
El contraste que esto ofrece con las culturas serranas es manifiesto. La tradición que llegaba del Coll venía con una arquitectura en piedra, cerámica de motivos geométricos y orfebrería limitada. No parecen haber existido ciudades en el sentido en que se desarrollan las culturas costeñas. El esplendor del Cuzco da la impresión de haber estado reservado a la capital, que a su vez era el centro sagrado de mayor importancia. El Tiwantisuyu parece avasallar más por su solidez política y el número de instancias sociales y culturales que controlaba. Frente a él, las ciudades-estado de la costa tienen la vistosidad y algarabía tropical de pequeños reinos orientales. 
Al ser las religiones expresiones de las sociedades en las que se desarrollaban, los dioses de Chan Chan y del Cuzco revelaban naturaleza y funciones diferentes, incluso en aquellos casos en que usaron simbología similar. El panteón Chimú rendía pleitesía a Rem (la luna) y a Nin o Ning (el mar); el sol, que para los incas ocupaba uno de los primeros lugares, parece ser una figura de segunda importancia, a quien conocían con el nombre de Shiam o Jian. Otros dioses apenas mencionados en las fuentes escritas son Fur (las "cabrillas") y Patá ("las tres Marías"), situación que constrasta con un despliegue iconográfico maravillosos especialmente a través de su ceramica, lo que indicaria una vida religiosa extremadamente rica en ceremoniales textos sagrados y sacerdocios. 



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