Leyenda de Coca
¿ Conocéis la tristeza?, pues de ese color eran los ojos de Coca, una joven india, bellísima, que vivía en una aldea de la región del Kollasuyu. Dicen que su rostro no tenía la mínima peca y su cutis, terso como la cáscara de los frutos, licía el color moreno de la miel que las lachiwanas ocultan debajo de la tierra, cuando saben que está madura.
Coca era vanidosa, risueña y egoista; no tomaba en serio la vida y su afán era bailar y divertirse. Se burlaba de cuanto varón se le acercara a pedirla por esposa. Se reía de todos y las penas nunca habían ensombrecido sus días que eran de constante alegría. Se levantaba con el alba, cantando a coro con los chiwancos (gorriones autóctonos); recogía flores de ulala o de chinchircoma para prenderse el pecho o entrelazar en sus negros cabellos, tan negros como una noche sin luna. Igual que todas las jóvenes del Imperio, cumplía con sus obligaciones: hilaba lana de vicuña y alpaca en una primorosa rueca de fina madera; tejía telas suntuosas combinando materiales raros en un áureo telar que el hijo delinca mandado fabricar para ella con los mejores orfebres del país.
Todos los atardeceres, Coca subía a una pequeña colina y allí quedaba horas contemplando el paisaje o aguardando a sus amantes; siempre muy adornada, colgando de sus orejas centelleantes zarcillos y ciñendo su frente con una cinta cincelada en el oro más puro. Las Pailas, princesas del Imperio, celosas miraban acrecentar cada día la belleza de Coca, y no gustaban que hasta el hijo del Inca dijera requiebros a la joven que no era princesa, sino la hija de un buen vasallo.
Coca se burlaba del amor de los hombres, gustaba de todos, y de ninguno, los atraía con caricias, les ofrecía de presente su cuerpo, y luego riendo siempre los abandonaba, cuando estaba segura que les había sometido sexualmente. Después de permitir que la poseyeran los despreciaba, unas veces dejándoles enloquecidos de deseo, otras, con el talento embotado cuando ellos no escogían truncar sus vidas en los despeñaderos.
Las aventuras de la mozuela y las desdichas de los amantes, eran comentadas en el dilatado Imperio. El llanto cundía y las quejas innúmeras se elevaban al Inca, quien escuchaba atento y un poco molesto los alegatos de los familiares de las víctimas. Una tarde llamó a sus yatiris más conspicuos para exponerles el problema:
-Coca- les dijo- es el motivo de pesadumbre entre mis vasallos. Por ella, la tragedia ingresa a los hogares, su extrema belleza es sinónimo de desgracia o de luto, y murmuran que quien ha amado su cuerpo enloquece, se torna idiota , o muere. ¡oh, queridos Amautas!, os he llamado para que me aconsejéis qué debo hacer, porque yo me encuentro ofuscado y no atino.-
Los Yatiris y Amautas, escucharon contritos y respetuosos las palabras de su rey; luego se retiraron a observar el movimiento de los astros, y después de interpretar en mil fetiches, abalorios, y descubrir premoniciones, volvieron a presentarse al Inca, llevándole la respuesta:
-¡Gran Señor de estos reinos! Amo y dueño de nuestras vidas. Hemos observado los astros y las vísceras de varias llamas blancas.
Todo nos da señales inequívocas que Coca es el principio de mayores desgracias en tu Imperio. Solo su muerte puede detener la tragedia que se avecina.-
Se hizo un silencio sepulcral en la inmensa sala del trono...
- Así sea- respondió el monarca, con el alma transida, porque el también amaba la belleza de Coca y en su fuero interno le dolía hacer desaparecer a esa mujer, cuya perfección física era casi divina.
El más anciano de los Yataris, previniendo duda en la resolución de su rey, postrado ante los pies delinca, refrendó el pedido:
- Es imperativo nacional la muerte de Coca- rogó-, mas su cuerpo debe ser cuarteado y los restos sepultados en los distintos jardines de los adoratorios. Las señales nos avisan que de allí brotarán unas plantas, cuyas hojas siempre serán para nuestra raza, paliativo en sus desgracias.
El emperador escuchó taciturno la inconmovible decisión de sus Amautas y mandó aprehender a Coca y luego sacrificarla en medio de solemnes ritos. Sus restos cuarteados, se despacharon a diferentes regiones del Imperio, enterrados en los lugares sugeridos por los grandes sacerdotes, y más tarde, ellos mismos observaron que en cada lugar del enterratorio, brotaba un arbusto muy verde, de bellas hojas ovaladas, a las que llamaron Coca en recuerdo de la sacrificada.